sábado, 18 de noviembre de 2017

Mi único bien


Mi herida inventa su costra,

Lo definitivo es el tajo,
Lo cortante es el dolor,
Sangro cómoda, sangro terracota,
Pulverizo mis rodillas
en un rezo 
asfixiado, 
para adentro 
sin sentido,
no entiendo 
qué y hacia dónde 
es rezar   
sin embargo lo hago.

Adentro del río pienso que los ríos no son invisibles,
que empiezan en algún lado, 
y terminan donde yo quiero.
Pienso también que el frío es un factor temprano 
en mi cuerpo sumergido
a diferencia de otros cuerpos sumergidos
disfrutando del verano.
Mi madre piensa de los ríos 
que arrastran a los que quieren 
dejarse arrastrar,
yo se lo discuto 
con agua y algas
hasta las pestañas
pero no hay caso,
soy fangosa 
para explicar.

A mi familia entera
le dedico un ahogo falso
de pocos segundos
pero creíble,
salto a la superficie 
a ver la reacción general,
no la diré
pero todos me defraudan.
Una vez fuera del agua, 
envuelta en una toalla 
ya secándome
se estaciona en mí
un deseo afiebrado,
un cólico
centelleante
como una infección 
que marea las entrañas
y amenaza 
destruirlo 
todo.

Sangro para que mi sangre 
pueda apreciarse
desde lejos,
como un paraguas 
abierto 
visto 
desde 
algunas islas más allá.

Yo no creo en nada
Pero siempre pido algo. 
Sobre alguna pared,
frente a un edificio
en construcción 
bajo los ojos irritados
de obreros
empolvados de cansancio,
o apoyada 
en un respaldo de cama aterciopelado,
siempre pido algo por las dudas,
quizá lo que pido se me cumple,
por eso pido.
Tengo tanto combustible 
para seguir pidiendo
que ofrezco una parte de él
a los que no se animan 
a pedir.

No soy quién 
para guardarme 
todas las frutas 
que aún no maduraron,
ni siquiera 
tengo un canasto
para contenerlas a todas,
o el tiempo 
de acuchillarles 
su dulzura difícil, 
de jugoso filo.

Parezco estampita. 
Parezco dadora.
Parezco responsable 
de esta epidemia de fe. 
Yo no concedo nada.
Yo no soy milagrosa.
Yo sangro cómoda y terracota
desde mi fértil y descontrolado
interior, mi único bien.

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