viernes, 15 de septiembre de 2017

Modelo vivo de viveza

Mis manos 
se arrinconan en los pétalos.
Quieren ternura.
Mis manos protagonizan algo.
Lo que me toca hacer 
en el centro 
de esta habitación 
es armar figuras 
con mi cuerpo,
ni una flor tengo cerca 
y la primera exigencia 
que me imponen es: 
imaginarme arrodillada en un bosque,
entablando un diálogo
con fragancias milenarias 
de sapos secos 
y ramas recién caídas. 
Cuánta viveza 
en sus indicaciones.
Es un club de artistas:
se hacen llamar perspicaces, 
Esos artistas perdidos
de ojos desordenados 
a los que hay que escuchar
sino se enojan,
que se envalentonan 
por las lamidas
de uno o dos amigos 
y dan órdenes 
hasta estrujar 
la obediencia,
sacarla del olvido
y volverla 
un síntoma  
posible.
Nadie sabe retratarme,
Nadie se esmera
en esta súbita
conquista 
colectiva 
del pincel.
Yo no elijo el color 
ni sugiero la controversia,
esa no es mi potestad, 
Yo estoy aquí y poso,
esa sí que es mi prioridad,
Yo me enciendo 
en un silencio sexual jamás ofrecido, 
Dispongo mi diamante erizado,
Imparto mi desnudez 
como una lección
que nunca será entendida 
por nadie,
y hago que sueñen, 
hago que sueñen 
con lo más recóndito 
de mi piel, 
En el centro de esta habitación 
yo los miro fijo como odiando 
mi nido de musa eventual
y porque nunca encontré otra manera de mirar que no sea intimidando,
Intento inspirarlos a ellos 
los de este club de pintores perspicaces,
que exhalarán 
al fin de esta tarde 
un resultado grisáceo
que definitivamente 
los angustiará,
porque
la del retrato 
no seré yo,
y yo de ningún modo 
me permito sentir 
culpa por un desvarío 
que no provoqué, 
yo soy tan servicial 
que hasta ayudo a pensar 
a cuánto vender el cuadro
aunque la obra no tenga nada,
nada de mí.



No hay comentarios:

Publicar un comentario