lunes, 11 de septiembre de 2017

Declaraciones

No empalidecer ni sonrojarse es la clave. 

Tener un rostro del que no sea posible sacar -por tonalidad o gesto- ninguna conclusión ni juicio. 

No me conmueve lo trunco ni lo destartalado.

Este escenario invariable ya tiene arriba una insensible declaración, ahora pide una imagen fuerte e imperdonable: 
un camión escolar a toda velocidad.
Qué mas da,
Los niños pueden morir 
Antes de nacer, 
o ya nacidos 
dibujando en sus casas, 
desdibujados en las rutas,
en un triste transplante 
o en un tobogán 
sin mantenimiento.

No me sentí una boba cuando hice palmas sobre ninguna canción.

Ni cuando hice circular entre mis compañeros mi ignorancia porque no me salía la ecuación.

No se me agrandaron los ojos 
al verte. 
Tampoco se me achicaron.
Esto pide una razón concreta y creíble. 

No hice mi astucia de siempre. 
No recomendé ninguna película
sobre la mesa.
No hizo falta dar a entender que no miro mucho cine,
porque cuando ruge el león dorado y estrellado del comienzo 
yo ya me quedo dormida. 
No conté que retomé poesía 
ni que ahora voy a piano.
No deseo continuar ad infinitum diálogos desconcertantes con seres desconcertantes.

No soy pesada pero tampoco me 
alzaría. 
No soy santa pero tampoco me criticaría.

En Bariloche, mientras todos se besaban al ritmo y sudor de four to the floor y el gato volador, yo armaba hamburguesas de nieve tan perfectas y llenas de adolescencia que soñaba con regalárselas como románticas golosinas al idiota del coordinador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario