No quiero que esa
película de Notre Dame siga señalándonos
qué debemos
pensar acerca de los jorobados,
no, no quiero, aunque
ya es tarde,
ya todos vimos esa película
donde Luis Miguel,
al final,
de ojos
profundos, de carnosos y mexicanos labios,
cantaba en
pantalla gigante,
y nos pedía que soñáramos
con un mañana y un mundo nuevo,
que tuviéramos fé,
que era muy posible
que ese mundo
nuevo y ese mañana de seguro iban a llegar,
pero nosotros llorábamos,
llorábamos, llorábamos sin parar,
con dulces pochoclos
pegados en el sweater y en la cola.
Los jorobados del
mundo, aprendí, no viven escondidos,
derrotados en
campanarios de iglesias, gustan del sol,
de las ferias
ambulantes de frutas y verduras, de las pistas
de baile
atestadas de vueltitas y besos,
de los marcos de
puertas, de los picaportes
con y sin huellas
digitales,
de los cuadros
torcidos,
de las dueñas de
casa que los ponen rectos,
de las fuentes
con agua, de los enormes parques con niños,
del aloe vera y
las mandarinas.
Estoy más grande
y me puse empática.
Los jorobados del
mundo, aprendí, no viven aislados,
dan su música en
esquinas,
como liberando
una pócima de su interior,
sus cantos son
gritos, sus cuerdas tensados lamentos,
es imposible
afinar el instrumento
sin de fondo un público
atento,
es imposible
hacer las cosas bien
si todo suena a
despedida,
no es lo mismo
dar pan y sonrisa que dar sombra y desprecio,
no es lo mismo me
quedo te escucho a debo irme me esperan,
la música ahí
pero todos yéndose, todos silbando premura,
cambiando el
color del paladar según si es congoja o mentira.
El espejo no nos
quiere decir lo que finalmente nos dice.
Uno es
monstruoso.
No sólo eso, uno
es parte de un monstruoso suburbio,
y como si fuera
poco,
nuestra integridad
está verdaderamente jorobada,
estamos jorobados
físicamente,
espiritual y
económicamente.
En un callejón se
reza sin vocablos,
En un callejón se
orina junto a extraños,
En un callejón se
elogia la salida (si es que existe).
Voy en dirección contraria
a mis prejuicios,
Voy directo a una
fantasía:
Quiero tocar tu
joroba, acariciarte Quasimodo,
sí, perdón
pedirte por años de insensato miedo
y ridículas
imaginaciones.
Fue Disney quien
me hizo temerte,
pero creéme, en
ese cine
con mi oído lleno
de Luis Miguel
te lloré porque en
el fondo te entendí.
Me pareció muy
cruel la película y hasta me pareció falsa Esmeralda.
Decirte que te
olvides por un rato de la catedral de Notre Dame y de París,
Que me acompañes
a abrazar algún árbol acá en Argentina
Por ejemplo uno del
bosque energético de Miramar,
Quisiera que la
industria del cine se redima con vos,
que produzcan una
nueva y amorosa remake
donde te dejen de
jorobar y de joder por tu cuerpo
alternativo.
No tenés nada
malo. Un poco de montaña atrás.
¿Qué te parece lo
de la remake? Ah. ¿Qué ya no querés? ¿Qué el daño ya está hecho?
Ah bueno. Okey.
Te entiendo.
Creo que una
mochila te hirvió en la espalda
la indeleble geografía de monte, ¿no?
¿Es eso lo que te
pasó?
Si vamos a
recorrer juntos el mundo o tomarnos un avión de más de 14 horas
quiero que
tengamos plena confianza, Quasimodo.
Contámelo todo y
dame la mano.
En tu continente
o el mío, dame la mano,
En el despegue o
el aterrizaje, dame la mano y contámelo todo.
Ahora que conozco
y me adapto a tu joroba,
¡Vos mirá esta
nariz de gancho, esta parda dentadura y este tremendo lunar con pelos!
¡Toda mía esta
imperfección! ¿No es hermosa?
¡Correspondencia
y deformidad! ¡Unión y loca incineración!
¡Horrorizáte y
besáme! ¡Que quizás después del beso
haya un mundo
nuevo y un mañana!
Suena en el
campanario
el gran defecto y
su melodía,
preciosas fallas
de fábrica
fruto de la madre
asimetría,
ni el más bello
está exento:
jorobados somos y
estamos todos, todos por igual.
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