martes, 1 de mayo de 2018

jorobados del mundo


No quiero que esa película de Notre Dame siga señalándonos
qué debemos pensar acerca de los jorobados,
no, no quiero, aunque ya es tarde,
ya todos vimos esa película
donde Luis Miguel, al final,
de ojos profundos, de carnosos y mexicanos labios,
cantaba en pantalla gigante,
y nos pedía que soñáramos con un mañana y un mundo nuevo,
que tuviéramos fé, que era muy posible
que ese mundo nuevo y ese mañana de seguro iban a llegar,
pero nosotros llorábamos, llorábamos, llorábamos sin parar,
con dulces pochoclos pegados en el sweater y en la cola.

Los jorobados del mundo, aprendí, no viven escondidos,
derrotados en campanarios de iglesias, gustan del sol,
de las ferias ambulantes de frutas y verduras, de las pistas
de baile atestadas de vueltitas y besos,
de los marcos de puertas, de los picaportes
con y sin huellas digitales,
de los cuadros torcidos,
de las dueñas de casa que los ponen rectos,
de las fuentes con agua, de los enormes parques con niños,
del aloe vera y las mandarinas.

Estoy más grande y me puse empática.

Los jorobados del mundo, aprendí, no viven aislados,
dan su música en esquinas,
como liberando una pócima de su interior,
sus cantos son gritos, sus cuerdas tensados lamentos,
es imposible afinar el instrumento
sin de fondo un público atento,
es imposible hacer las cosas bien
si todo suena a despedida,
no es lo mismo dar pan y sonrisa que dar sombra y desprecio,
no es lo mismo me quedo te escucho a debo irme me esperan,
la música ahí pero todos yéndose, todos silbando premura,
cambiando el color del paladar según si es congoja o mentira.

El espejo no nos quiere decir lo que finalmente nos dice.
Uno es monstruoso.
No sólo eso, uno es parte de un monstruoso suburbio,
y como si fuera poco,
nuestra integridad está verdaderamente jorobada,
estamos jorobados
físicamente,
espiritual y económicamente.

En un callejón se reza sin vocablos,
En un callejón se orina junto a extraños,
En un callejón se elogia la salida (si es que existe).

Voy en dirección contraria a mis prejuicios,
Voy directo a una fantasía:
Quiero tocar tu joroba, acariciarte Quasimodo,
sí, perdón pedirte por años de insensato miedo
y ridículas imaginaciones.
Fue Disney quien me hizo temerte,
pero creéme, en ese cine
con mi oído lleno de Luis Miguel
te lloré porque en el fondo te entendí.
Me pareció muy cruel la película y hasta me pareció falsa Esmeralda.
Decirte que te olvides por un rato de la catedral de Notre Dame y de París,
Que me acompañes a abrazar algún árbol acá en Argentina
Por ejemplo uno del bosque energético de Miramar,
Quisiera que la industria del cine se redima con vos,
que produzcan una nueva y amorosa remake
donde te dejen de jorobar y de joder por tu cuerpo alternativo.
No tenés nada malo. Un poco de montaña atrás.
¿Qué te parece lo de la remake? Ah. ¿Qué ya no querés? ¿Qué el daño ya está hecho?
Ah bueno. Okey. Te entiendo.
Creo que una mochila te hirvió en la espalda
la indeleble geografía de monte, ¿no?
¿Es eso lo que te pasó?
Si vamos a recorrer juntos el mundo o tomarnos un avión de más de 14 horas
quiero que tengamos plena confianza, Quasimodo.
Contámelo todo y dame la mano.
En tu continente o el mío, dame la mano,
En el despegue o el aterrizaje, dame la mano y contámelo todo.
Ahora que conozco y me adapto a tu joroba,
¡Vos mirá esta nariz de gancho, esta parda dentadura y este tremendo lunar con pelos!
¡Toda mía esta imperfección! ¿No es hermosa?
¡Correspondencia y deformidad! ¡Unión y loca incineración!
¡Horrorizáte y besáme! ¡Que quizás después del beso
haya un mundo nuevo y un mañana!

Suena en el campanario
el gran defecto y su melodía,
preciosas fallas de fábrica
fruto de la madre asimetría,
ni el más bello está exento:
jorobados somos y estamos todos, todos por igual.

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