Hace mucho dije:
A esta vida de bife perfecto y sin grasa que tengo le hace falta un poco de acción. Le vendría bien un puñado de moscas. Salir de la heladera. Unas moscas que corrompan todo el mantel sano que me cubre. Unas moscas que sean tan amables de dejar sus huevitos en mi. En mis orejas. En mi nuca. En mi escote. Obligarme a la contaminación, sublevar mi pulcritud, limpiarme de tanta limpieza, inyectarme un virus, darme vida con un poco de enfermedad.
Afuera de la heladera, la carne se pudre. Afuera y sólo afuera. Está claro. Adentro puede pudrirse también si meto mano y desenchufo la heladera. Pero estoy descalza. No puedo. No me dejan. Puedo, pero no quiero. Cada vez que no me dejan, quiero. Quiero porque no me dejan. Mis pies descalzos siempre están por subir la escalera hacia el no. Pero no. Puedo morir electrocutada. Al menos eso dicen. Admito que pruebo cada tanto abrir la heladera con los pies descalzos para ver si pasa algo y no hay sorpresas; aquí estoy todavía. Abrir la heladera con los pies descalzos: qué manera idiota de confirmar la vida, qué rídicula forma de hacerle ojitos a la muerte. Y no hay sorpresas, ni familiares que me encuentren tirada, sigo viva, sin corriente, escribiendo.
La carne va con acompañamiento. Lo dicen los chefs de la televisión. También lo dice mucha gente que no es chef y que no está en la televisión. Lo dicen los que se cocinan en sus casas a la noche luego de llegar cansados del trabajo. Si voy con un micrófono a la calle Florida y me hago la notera y pregunto a los que pasan, señor, señora, le podemos hacer una nota y le pregunto Con qué acompaña la carne? Seguro acá están las respuestas. Un puré, de papa o calabaza, una ensalada, una salsa. Algo que vaya al lado de la carne. Algo que no la deje sola. Yo no sé si voy con acompañamiento en la vida. Si alguna vez tuve acompañamiento, no lo sé. Pará un minuto, pará, ya empezamos. Momento de victimización. Me falta decir a "Ayy, necesito un puré, una ensalada, una salsa". Boludaaaaa, qué te haces, qué te hacés! ¿A dónde quiero llegar con tanta metáfora? ¿Por qué uso tanto la metáfora si hace un tiempo la empecé a criticar? Algunos quieren dejar el cigarrillo, otros el alcohol, yo las metáforas, pero sigo y sigo, sino miren cómo sigue esto:
Si soy carne, sé que voy con sal, sé que sin sal no voy, sin sal no es el pacto que firma el carnívoro que todo lo quiere con sal. Si soy carne, sé que voy con sal. Si voy con sal, soy tu parte hipertensa. Y eso no te puede causar mucha gracia. Porque mucha sal que tragues hace mucho estrago en vos. Si voy con sal, te doy problemas al corazón, pero todos alguna vez tenemos problemas del corazón aunque comamos sin sal. Todos tenemos esos dolores de pecho que no son problemas cardíacos, sino problemas del corazón.
Hablemos de sabor: tanto los romances hipertensos como los amores hiper intensos conllevan, tarde o temprano, resultados insulsos.
Alguien que haga vibrar un salero arriba mío y ya soy otra: una carne salada. Sé que con un poco de temperatura ambiente, es decir fuera de la heladera, mi carne ya es otra: una carne podrida. Se qué con un poco de descuido, mi carne ya es otra: una incomible muestra de mí. Sé que el zumbido de la mosca que se acerca anticipa la larva. Pero eso busqué, eso, justamente eso, que vengan las moscas arrastrando el zumbido o el zumbido arrastrando las moscas.
Hoy cuando alguien agarra algo de la heladera y después la cierra, sonrío. Porque yo estoy del lado de afuera, porque ya no estoy más al lado de los yogures, los quesos, y la bolsa naranja de patitas de pollo, en medio de un frío de locos y una oscuridad de ciegos. Si me hacen una autopsia hoy, van a descubrir que fui carne podrida desde un día. Fue un día en el que me arrojé de la heladera a la mesada de la cocina. A esperar las moscas, a buscar acción.
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