viernes, 23 de diciembre de 2011
Es 23 de diciembre
y antes de navidad
los artesanos de Plaza Armenia solo querían buen clima,
solo eso,
un poco de sol,
cielo despejado,
temperatura agradable,
un escenario apto para comprar y broncearse
en una plaza con lindo nombre.
ellos querían
hacer unos pesitos,
vaciar sus mesas
y llenar sus riñoneras,
porque el verbo enriquecer no tiene nada de malo.
los artesanos de Plaza Armenia querían decir "sabés que en azul no me quedó más de este y de este tampoco pero te puedo conseguir para la semana que viene si querés",
querían decir tantas cosas,
se morían de ganas
de decir "gracias a vos che, mucha suerte, felices fiestas",
hacerse millonarios por un rato y con lo justo,
dejar en casas ajenas toda su producción artesana,
desparramar los escombros
de un humilde terremoto de ventas
a 1000 grados en la escala de la buena racha
pero no, NO, nO, No, NO
hasta hace unos días
yo ponía el aire acondicionado a diecisiete en modo cool,
le entraba cada dos por tres a vasitos de agua fría
como a sandwiches de crudo,
me secaba mi frente,
me despegaba el jean del cuerpo,
me casaba con un tirante rodete liberador de cuello,
la térmica era tan alta que nos devoraba las piernas
nos imposibilitaba los pasos,
nos envejecía en fuerza y en velocidad,
básicamente hacía un calor de cagarse,
un calor de ensalada de lechuga,
un calor que hasta mis dos rodillas
tenían que usar anteojos de sol
porque del mareo no veían bien
el momento adecuado para flexionar,
y así yo poder avanzar,
pero ahora no,
es 23 de diciembre
y antes de navidad,
los puestos se vuelan,
los artesanos mientras sostienen los toldos y las maderas que hacen las veces de mesa, agarran el mate que les llega de una estación lejana sin nombre y todavía les queda tiempo para volar, volar de bronca, tienen 39º de bronca,
es necesario un antifebril porque
el Servicio Meteorológico Nacional les pronosticó cielo malo sobre sus comerciantes corazones y precipitó un rayo de desgracia sobre sus ilusiones en vísperas de navidad:
llueve a paso de pez tortuga,
llueve lento y llueve molesto,
y eso es la llovizna
además adelgazó terriblemente la térmica protagonista de hace unos días, y ahora está para un saquito,
y ¿quién de todos los confiados en el verano
tiene un abrigo en su poder?
los pocos clientes que quedan atrapados en la feria cuando llega la llovizna (a la que le falta polenta pero de débil no tiene nada) usan los ínfimos techos de los puestos como paraguas,
importa no mojarse, y ya no importa encontrar el regalito que faltaba para el arbolito, a nadie le importa pensar en engordar el arbolito un 23 de diciembre si el clima no acompaña
y si el clima no acompaña, el cliente menos.
muchas veces tu fuente de trabajo es el paraguas de otro.
en la llovizna se ven los puestos solos,
en los paraguas se ven los miedosos,
en la retirada de unos se ve la soledad de otros
y si nos vamos, los artesanos se quedan
sin nadie que les acerque un antifebril y solo dicen
"a la mierda los aritos, las libretas, las cajitas pintadas a mano, las pulseras, los ceniceros, los espejitos, los señaladores, los títeres, los zapatos, las remeras de bambula, los sahumerios, las hebillas, los veladores, los llaveros, la ropita de bebé,
en la competencia de hacer nuestros pesitos lícitos,
empatamos en hermosa derrota,
porque nadie vendió nada,
nadie fue más que nadie hoy,
¿todos tenemos suficiente plástico para envolver nuestras artesanías por si se larga más todavía o a alguien le falta?"
artesano: hoy 23 de diciembre, día en que sólo querías buen clima, los vientos y la llovizna enfermaron de desolación tu riñonera, de tu cliente nunca conocerás las razones por las que nunca se detuvo a chusmear tu puesto quien, sin embargo, te felicitó por las lindas cosas qué hacés y luego siguió caminando con culpa, pero sí conocerás una característica de él, nunca intentará frenar los vientos que ponen en peligro la estabilidad de tu puesto y su contenido a menos que esos mismos vientos amenacen con volarle su propia billetera, porque después de todo, el egoísmo es una artesanía más.
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