domingo, 31 de mayo de 2020

El frío es tanto que me enojo. No sé en qué parte del cuerpo entra primero el invierno, pero ya entró. El invierno me entró. Prendo el horno. Lo prendo sin saber qué poner en él. Es raro. Uno prende cuando sabe, cuando no sabe no prende. Lo que el viento se guarda para sí no es lo mismo que lo que los fósforos encendidos disponen para uno. Precalentarlo, precalentarlo, precalentarlo. Armar el fuego y seguir sin saber qué hacer con él. Mi casa se pone calentita gracias al horno que encendí en el que no se cocina nada. No es gracioso. No es simpático tener la fogata ahí lista y brillante. La cocción del futuro espera mientras la fogata es. No es lo mismo una calabaza entera que círculos de calabaza previamente cortados en una bandeja envuelta con papel film. Abro el chat y le pregunto a una amiga qué se va a cocinar hoy. Así de la nada. Sin decirle hola cómo estás, cómo dormiste. Busco ideas. Crocantes. Busco que el horno precalentado esté orgulloso de mí. Mi amiga no me responde. O no me quiere responder. Mientras tanto, el fuego del horno es un moretón mandarina.

Hago de cuenta que soy diabólicamente angelical cuando estoy online.
Hago de cuenta que estoy intacta mientras conecto mi cara a pantallas.
Hago cursos, hago transferencias bancarias.
Saludo. Sonrío.
Veo buenas dentaduras.
No entiendo algunas pieles.
Admiro tinturas.
Me fascinan dos o tres discusiones.
Detesto algunas voces.
Saludo posibilidades.
Pero las posibilidades no me  ven a mí.
Derrapo frente a la cámara.
A la pregunta ¿qué hiciste hoy? nadie tiene mucho que contar.
En eso nos estamos pareciendo cada vez más: ya no somos novedosos para nadie.
Puedo oler como quiero si no tengo narices cerca.
Saludo. Me silencio. Me videollamo al silencio.
Me huelo y, mirándolos fijo, trato de olerlos a ustedes.
Pero ni el mejor wi-fi me deja.
Internet me protege.

¿Qué clase de mujer limpia soy yo si saco la basura al descanso solo cuando junta olor?
En mi planeta del amagar, en mi guarida indispensable, en mi frasco de 35 metros cuadrados, mi tacho azul rebalsa y si no rebalsara me preocuparía. Tiro cosas al tacho y, de esta manera, sé que estoy viviendo. Soy mis sobras. Mi departamento da asco. Cáscaras, cartones, fantasías, pan viejo, nudos, miguitas de polenta.

Alguna vez me sentí como el horno que precalenté. Estuve encendida largo tiempo y no supieron qué hacer conmigo. Fue penoso. Pero a veces pasa. Fui horno para cada bobo…
No me arrepiento. De todo se aprende, y de ser horno también. De todo se colecciona y de la entrega y del desuso también. Ahora yo decido mi propia cocción.
Mi fuego fuerte, mi fuego bajo, mi fuego medio.
Mi fuego fuerte, mi fuego bajo, mi fuego medio.
El frío es tanto que me enojo.
Mi fuego es tanto que me encanta.

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